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Grandes ídolos

Macnelly Torres

CARRERA PROFESIONAL:

Nada pesa más en la vida profesional de un jugador de fútbol que la ambición personal, que el desafío por escribir su nombre en letras doradas una vez más, que el deseo ferviente de convertirse en ícono. Macnelly Torres es ejemplo claro de ello: ganador nato, triunfó a donde fue, especialmente en Atlético Nacional, porque fue capaz de expresar en el terreno de juego la capacidad que le brindó natura. No es que la táctica le resulte indiferente al Mago, o la desprecie, simplemente no la necesitó como combustible porque con su perspicacia le ha bastado.

Un ganador por naturaleza, nunca sufrió la condición de favorito que tanto perturbó a otros menos seguros y más expuestos a los vaivenes espirituales. La palabra pechofrío, tan común para calificar a los volantes números diez, no alcanza a rozar a Torres, futbolista a quien nunca lo lastimó la pesada carga que significa ser incluido en el renglón de los favoritos. Ese detalle solo, basta para hablar, además de su capacidad técnica, sobre sus bondades mentales y sicológicas.

Capaz de la asociación corta o el cuchillo vertical, del cambio de frente o la filtración de las zonas, de elaborar por arriba y por abajo, de tirar pases de 10 o 50 metros, Macnelly llegó a Nacional y obtuvo la estrella 11 y de allí en adelante cada que se vistió con los colores verdes, dio una vuelta olímpica. Su llegada a Nacional supuso el comienzo del declive para el resto. Se fue a México y regreso al título de 2013, voló a Arabia y regresó al de 2015. Permaneció en el equipo y es finalista de Libertadores. Nacional es a Macnelly Torres lo que Macnelly Torres es a Nacional: espejos, fútbol, heroísmo, capacidad.

Perteneciente a la época dorada del fútbol Verdolaga, capitán además de varias etapas en ese momento glorioso, marcó un hito porque brindó funciones épicas: en Bogotá para coronarse ante Santa Fe, cuando comenzaba a gestarse el ciclo más glorioso de nuestra historia con Macnelly en rol protagónico y en 180 minutos de la semifinal de la Copa Libertadores de América ante San Pablo de Brasil, en Morumbí y en el Atanasio Girardot, cuando el Mago se convirtió en el guía permanente que necesita todo finalista.

Autor de jugadas antológicas y de goles importantes en la historia, Macnelly Torres nunca se sintió más que nadie y allí estaba además parte de su grandeza. Su inmensa capacidad le entregó la varita mágica para ser capaz de asestar a lo largo de su carrera partidos tan determinantes que parecían monólogos dignos de campeones: ritmo, toque, fútbol, goles, carisma, resultados. Ese equipo tuvo de todo lo que se puede soñar con el fútbol arte. Ilusionó a todo un país y humilló a otros.

Con su máxima expresión de calidad y su espíritu ganador a flor de piel, poco a poco se fue convirtiendo en ese caudillo total, líder absoluto, creador sagaz, rueda de auxilio para sus compañeros y primer obstáculo para los rivales. Torres es un gallardete a la vocación permanente de gol y a la sobriedad al servicio del equipo, un capitán de lujo, el toque de talento, el cerebro del ataque, el hombre que cambió la historia. Un individuo que llegó al Club para corroborar algo superior: seguir haciendo de esta dinastía un verdadero emblema.